Necesidad de una ortografía para el andaluz
A finales del siglo XIX, los escritores Antonio Machado y Álvarez “Demófilo” y Francisco Rodríguez Marín, recopiladores de coplas y canciones andaluzas, se “quejaban” de que, a pesar de sus insistentes peticiones, su amigo el lingüista Hugo Schuchardt no les proporcionara un sistema ortográfico con el que poder representar de forma adecuada la manera de hablar del pueblo andaluz.
Claro que, si el alemán Schuchardt hubiera atendido la queja de sus amigos: ”carecemos de un sistema escrito que represente con exactitud las modificaciones fonéticas que se advierten en el lenguaje del pueblo andaluz”, quizá, y con el tiempo, se habría hecho realidad el temor del escritor cordobés Juan Valera: “y si escribiésemos la lengua castellana como la pronuncian los andaluces, ¿no acabaríamos por crear en poquísimo tiempo un nuevo idioma informe y rudo?”. Cuando expresó sus recelos, Valera olvidaba que, si no hubiera sido por aquellos pioneros que, en los siglos X, XI y XII, empezaron a escribir como hablaba el vulgo –un latín informe y rudo– él no habría podido dejar para la posteridad sus magníficas novelas en lengua castellana.
Si Schuchardt les hubiera hecho caso… Si los estudiosos de la lengua en las Universidades andaluzas (filólogos les llaman), que con alguna honrosa excepción, en vez de dedicarse a “limpiar, fijar…” y corregir lo que el pueblo habla, se dedicaran a lo que sería su natural menester, es decir, al estudio de lo que el pueblo habla, hoy no sería necesario ocuparse en realizar una propuesta de representación gráfica para el andaluz.
Cuando señalamos lo de alguna honrosa excepción entre los filólogos, hacemos referencia, especialmente, al profesor Miguel Ropero Núñez, quien se pregunta: “¿Se podría elaborar una sistematización gráfica para el andaluz?”. Ropero cree que es necesario, pero “…que la elaboración de un código ortográfico de este tipo no es labor de un solo individuo sino de un equipo de expertos”.
De la historia al presente
El andaluz actual mantiene unas características propias y específicas que necesitan de forma perentoria una definición y un desarrollo.
A finales del siglo pasado, el lingüista Rafael Lapesa afirmaba:
“El habla andaluza se opone a la castellana en una serie de caracteres que comprenden la entonación, más variada y ágil; el ritmo, más rápido y vivaz; la fuerza espiratoria, menor; la articulación, más relajada, y la posición fundamental de los órganos, más elevada hacia la parte delantera de la boca. La impresión palatal y aguda del andaluz contrasta con la gravedad del acento castellano”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Pág. 508).
Al encontrarse el andaluz muy contaminado por las normas y usos del castellano moderno –incluidos galicismos y anglicismos– y estar roto en muchos tramos el puente que podría unirnos con la lengua romance de al-Ándalus, parece necesario, de manera intuitiva, pero mediante un análisis profundo y reflexivo, acudir a la modalidad lingüística hablada actualmente por el pueblo andaluz.
Y es esa forma de comunicarse, la que necesariamente debe convertirse en referencia para pasar a escritura aquello que hablamos. Se hace imprescindible la elaboración de un sistema ortográfico, porque la ortografía constituye el fundamento de la unidad de una lengua. A pesar de que un fonema pueda tener diversas y variadas pronunciaciones, el grafema unifica la voz con la que la posteridad podrá conocer el pensamiento, fantasías, reflexiones e ideales de quienes decidieron dejar su mensaje escrito en andaluz.
Aunque ya a finales de agosto del año 2002 en una reunión de escritores en andaluz celebrada en Mijas (Málaga), hablábamos de la necesidad de analizar concienzudamente, –ante ciertos intentos de escritura opaca y desconcertante, sabiendo que las prisas son malas consejeras–, todo lo relacionado con la lengua andaluza, con sus inicios, historia y progreso, mostrándonos muy cautelosos en las conclusiones a las que podíamos llegar en ese momento de su desarrollo, parece necesario afrontar ya, con decisión y coraje, la plasmación seria y comprometida de una propuesta gráfica para la lengua andaluza. Aunque los dogmáticos de nuestro entorno, como ha sucedido siempre, intenten interferir y perjudicar el proyecto.
En base a ello, aceptando posibles contradicciones, la presencia de diferentes enfoques y la dificultad de cerrar en este inicio un sistema que necesitará para su elaboración muchos años de trabajo, y la conformidad y el dictamen de expertos lingüistas y filólogos, se pueden establecer los siguientes criterios básicos, que, aunque muy conocidos y señalados por diversos autores desde hace siglos, deben ser recordados constantemente:
– El andaluz es una lengua romance (o lengua derivada del latín) por lo que la ortografía que proponemos deberá ser latina, sin que las palabras, el léxico y la formación de oraciones se diferencien de forma artificial de las grafías con que históricamente se han representado esta clase de lenguas. No tener en cuenta esta propuesta alegando la falta de una academia que dicte normas, y realizar desconcertantes y poco comprendidas innovaciones, pudiera llevarnos a encontrar obstáculos difíciles de sortear sobre todo al principio de este trabajo.
Podemos ver un ejemplo de estos problemas en ciertas variedades de lenguas o propuestas ortográficas para el andaluz, que sufren el rechazo, tanto oficial como popular, debido a sus extrañas y complicadas soluciones ortográficas.
– Nuestra identidad como pueblo histórico y como nación cultural, no obstante, deberá tenerse muy en cuenta, por lo que la ortografía ha de ser reconocida inmediatamente por el lector asimilándola a la lengua que usa en sus intercambios diarios y diferenciándola de la oficial que tratan de imponerle.
Este principio es básico a la hora de encontrar una escritura unificada y válida para todo el territorio andaluz. Una grafía donde cada zona encuentre una parte de su peculiar forma de expresarse, aunque parece imposible, que, al igual que sucede con otros idiomas, la vea reflejada en su totalidad.
– A pesar de estar ante una lengua romance, –diferenciada de los dialectos norteños de la península por su desigual grado de romanización– no podemos olvidar las lenguas que, por su relación con el andaluz han dejado un poso difícil de destruir, por ello, la influencia de la lengua aljamiada de al-Ándalus, ha de ser considerada a la hora de proponer una ortografía para el andaluz actual.
Igualmente, parece difícil desligar una propuesta diferenciada para la lengua andaluza de la presión constante que la lengua de poder, el castellano o español, ejerce sobre ella. Muy difícil, también, al contrario, expresar nuestro convencimiento de que, por lógica, la lengua romance comenzó en el territorio, como decimos, más romanizado de la península Ibérica, ante la imposición de la cultura dominante.
– Por todo ello, es imprescindible que el lector andaluz se identifique con la grafía propuesta. Nunca ha de enfrentarse a unos signos que le parezcan extraños. En consecuencia, la ortografía que proponemos debe ser natural y relacionada siempre con su particular manera de expresarse. Más solucionadora de problemas lingüísticos que inductora de ellos en un intento, como ha sucedido a veces en tiempos pretéritos, de mostrar la superioridad cultural de quien la emplea.
– El origen de cada palabra ha de ser concluyente a la hora de determinar su escritura en andaluz. Por ello, mantenemos el uso de la ñ, por su raigambre en nuestra cultura, también la h a comienzo de palabra si esta deriva del latín o de la lengua romance andaluza, la letra q como remembranza del periodo andalusí o el dígrafo sh que parece representar mejor el sonido propuesto. En cambio, al estar muy extendido por todo el territorio andaluz el uso de la b en detrimento de la v, –que en la práctica no se pronuncia– deberemos avanzar en nuestra propuesta obviando esta última letra en la escritura.
– Como ya nos ha expuesto el escritor Francisco de Borja García Duarte en su libro “La literatura en andaluz”, –un minucioso trabajo de recomendable lectura– la existencia desde hace muchos años de una gran cantidad de textos escritos en andaluz –aunque a veces se trate de “folclorismos”, “humoradas” o la forma de mostrar el habla del inculto andaluz, y con soluciones que, a veces están más cercanas a un español con “acento” andaluz que a un lenguaje andaluz propiamente dicho– sugieren procedimientos de escritura que deben ser, al menos, respetados y analizados para así comprobar las posibilidades de materializar de forma ordenada nuestras propuestas ortográficas.
Las soluciones a las que llegaron durante siglos –principalmente desde finales del XVIII hasta comienzos del XXI– los literatos que han usado grafía andaluza en sus escritos, nos muestran un camino que no debemos desdeñar sin haber realizado un estudio previo, serio y concienzudo.
– Como dato importante a tener muy en cuenta, es necesario reiterar que esta propuesta se trata de un trabajo compilatorio. Por lo tanto, y como bien define el diccionario, intentamos “Allegar o reunir, en un solo cuerpo de obra, partes, extractos o materiales de otros varios libros o documentos”. A los que, por supuesto, hemos añadido el trabajo realizado durante decenios por los autores de esta página Web.
Hasta la fecha, las soluciones ortográficas eran siempre personales, individualizadas, sin prácticamente ninguna conexión entre una y otra. La singularidad de nuestro trabajo se encuentra en que, aparte de las soluciones ortográficas propias, proponemos compilar todo lo realizado hasta la fecha para intentar, por primera vez, un proyecto coordinado, amplio y extenso.
Por ello, recogemos algunas ideas de las propuestas actuales realizadas por otras personas dedicadas al tema del andaluz, sin poder detallar de manera exacta la autoría expresa de cada uno, pues parte de esas propuestas son reiterativas, lo que nos dificulta la cronología.
Igualmente, nos hacemos eco de las soluciones ortográficas usadas en sus escritos por Antonio García Gutiérrez, José Mª Martínez Álvarez de Sotomayor, Antonio Machado y Álvarez (Demófilo), Francisco Rodríguez Marín, José Mª Gutiérrez de Alba, Blas Infante o Juan Ramón Jiménez, por señalar solamente algunos escritores.
Recogiendo, por lo mismo, palabras y modismos incluidos en el Vocabulario Andaluz de Antonio Alcalá Venceslada, en el Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes de Francisco Javier Simonet o en el Tesoro léxico de las hablas andaluzas de Manuel Alvar Ezquerra.
Y también tenemos muy en cuenta algunas proposiciones y premisas contenidas en publicaciones de destacados profesores como José María de Mena Calvo, Pedro Payán Sotomayor o Miguel Ropero Núñez.
– Mantenemos los xenismos (palabras que provienen de otras lenguas conservando su grafía original) tal como nos han llegado de dichos idiomas, aunque algunos de ellos, por su popularidad y acomodación al andaluz, se haya hecho necesario reflejarlos tal como han sido adaptados a la lengua andaluza.
– Finalmente, se ha intentado plasmar el habla del pueblo andaluz, como norma definitoria. Nuestra actual forma de hablar ha de convertirse en la referencia base de este trabajo. En la lengua andaluza, cada palabra, cada sonido, cada giro lingüístico, es el producto de un largo proceso histórico, único y original. En una tierra tan rica como la nuestra, se trata de un tesoro al que jamás debemos renunciar.
DESARROLLO
La gramática andaluza deberá estructurarse en tres grandes grupos: El estudio de las palabras de forma aislada, la manera en que estas palabras se unen para formar oraciones, más una pronunciación y una escritura generalizada que abarque a todo el territorio andaluz.
Alfabeto andaluz
Basándonos en estas apreciaciones, el andaluz o lengua andaluza se compone de dos tipos de grafemas:
– Los veinticuatro que forman el alfabeto andaluz, constituido por:
Cinco vocales: a, e, i, o, u.
Que, a su vez, pueden ser cerradas o abiertas según se trate del singular o del plural.
Y diecinueve consonantes: b, c, d, f, g, h, j, k, l, m, n, ñ, p, q, r, s, t, y, z.
– Más los grafemas contenidos en los xenismos provenientes de otras lenguas. Estas palabras pueden contener grafemas o dígrafos como: ü, ch, ll, v, gn, th, x, w, etc.
Las vocales
En los idiomas romances, el sistema vocálico suele ser una de sus características más importantes y definitorias. En Andalucía se habla con cinco vocales, a, e, i, o, u, que se comportan de diferente manera (tienen varios grados de apertura), dependiendo de su función o ya se trate del singular o del plural.
Volvamos, de nuevo, a la doctrina del filólogo Rafael Lapesa:
“La vocal que precede a la aspiración suele pronunciarse abierta; y cuando la aspiración desaparece por completo, su función significativa es desempeñada por la abertura de la vocal, que además se alarga de ordinario. De este modo se ha creado, en el murciano y en el andaluz oriental por lo menos, una distinción fonológica a base del diverso timbre y duración de las vocales. Se diferencian, pues, con efectos en la significación, las vocales normales o cerradas de las abiertas y prolongadas…”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Págs. 502 y 503).
En este mismo aspecto ya había incidido unos años antes Alonso Zamora Vicente, filólogo, dialectólogo, lexicógrafo y escritor,
“Quizá el rasgo fonético más importante, no sólo dentro de las características del andaluz, sino de todo el español peninsular, es el comportamiento vocálico del dialecto. Este comportamiento, estudiado en la Andalucía oriental (Granada; Cabra, el sur de Córdoba, atestiguado en Puente Genil), acusa una riqueza de timbre vocálico desconocida del castellano medio. El castellano se caracteriza, precisamente, por la exquisita limpidez de su timbre vocálico, mantenido con extraño rigor. En cambio, en andaluz, tenemos por lo menos ocho vocales, es decir, tres más de las acostumbradas en el castellano medio. (…) Se trata, pues, del rasgo más acusado y de más grave importancia que se percibe hoy en el esquema fonológico del español peninsular. Tal cambio fue señalado por primera vez por Tomás Navarro Tomás y estudiado después con minucioso pormenor fonético, referido al habla culta granadina, por D. Alonso, A. Zamora Vicente y Mª Josefa Canellada. (…) Como observación general a todos los casos, hay que destacar el extraordinario alargamiento de la vocal tónica, mucho mayor que en castellano. Este alargamiento es el rasgo fonético más acusadamente sentido por el hablante extraño, hasta el punto de ser el que se imita, en tono de burla, al intentar reproducir el habla andaluza en el teatro o en los chistes”. (Alonso Zamora Vicente. Dialectología Española. Madrid. Gredos. 1974. Págs. 290, 291 y 292).
Todo esto nos lleva a reconocer cinco vocales de abertura media y una segunda serie de vocales más abiertas, a veces aspiradas. En algunas zonas se pueden encontrar vocales nasales y “el extraordinario alargamiento de la vocal tónica”, como bien apunta Zamora Vicente.
A. Representa un signo de escritura vocálico, abierto y central. Suele absorber al resto de las vocales, ya que en su proximidad se relajan y, a veces, desaparecen. Ejemplo: la’htreya > la estrella, la’hcuela > la escuela.
E. Signo de escritura vocálico, medio y palatal. En proximidad con otra vocal puede perderse. (Ver ejemplo anterior). Cuando se unen palabras afirmativas y la siguiente comienza por –i, la unidad se hace mediante la letra –e. Ejemplo: intelijente e imajinatibo > inteligente e imaginativo.
I. Signo de escritura vocálico, cerrado y palatal. Se pronuncia de forma parecida a la –e, aunque levantando la lengua y cerrando algo más los labios. Unida a la –n, ha servido para que el andaluz construya la ñcastellana, aunque en la actualidad tenga escaso uso. Sirve para unir palabras o frases relacionadas afirmativamente. Er médano i er algar > La duna y la cueva.
O. Signo de escritura vocálico, medio y posterior.
U. Signo de escritura vocálico, cerrado y posterior. Se usa para mostrar posibles relaciones, aunque únicamente una se podrá realizar: bamō a l’armunia, ar cortijo u la biña > vamos al huerto, a la finca o a la viña.
Las consonantes
B. Habitualmente es un signo de escritura consonántico labial y sonoro, aunque algunos lingüistas observan diferentes posiciones en la b Su nombre es be. Por refuerzo gutural, generalmente en palabras de uso cotidiano, el andaluz opta por la g:gueno > bueno, aguelo > abuelo.
La utilización de b en lugar de v ha sido una constante tanto en los escritos de los autores andaluces como en los cancioneros y repertorios populares. Cuando Miguel Ropero Núñez se propone crear un sistema ortográfico para unificar los diferentes cancioneros recoge en su propuesta esa tendencia:
“Por lo que respecta a las grafías B y V, como los más importantes cancioneros flamencos (CCF. y CF.) y los cinco tomos de los “Cantos populares españoles” utilizan exclusivamente el grafema B en la transcripción de las letras de las coplas gitano-andaluzas y prescinden de la grafía V, se ha respetado esa tendencia…” (Miguel Ropero Núñez. Problemas lexicográficos del andaluz, en “Estudios lingüísticos en torno a la palabra. Universidad de Sevilla. 1993. Pág. 189).
Su uso se ha generalizado para pronunciar las palabras latinas escritas con v. Por ello, aunque aplicamos criterios etimológicos, en este caso concreto siempre se usa la letra b en la representación de palabras andaluzas. Podrá parecer, como siempre, que esta alteración sea consecuencia de la eterna dificultad del pueblo andaluz para hablar correctamente el castellano, sin embargo, el catedrático de Fonética José María de Mena Calvo, nos indica:
“Más bien hay que pensar que la confusión entre b y v se debe a un antecedente fonético remotísimo. Lo probable es que los turdetanos, bástulos y beturios, así como los tartesios, desconociesen la diferenciación entre b y v, es decir, que tuvieran un solo fonema fricativo labial, y es esta herencia la que todavía vienen manteniendo las hablas de Andalucía”. (José María de Mena Calvo. El polémico dialecto andaluz. Barcelona. Plaza & Janes. 1986. Pág. 109).
La b puede tener ciertas variantes en su pronunciación, difíciles de distinguir por oídos poco expertos. ya sea por producir fricción en los órganos bucales de pronunciación, por un cierto cerramiento de la abertura bucal o por el acercamiento de los labios inferiores hacia los dientes superiores.
C. Representa un signo de escritura que en diferentes grafías también se simboliza con la letra k. Se utiliza en el caso de que vaya seguida por las vocales –a, –o, –u. Y también si a continuación se encuentran las consonantes –l, –r, junto a cualquiera de las cinco vocales: (cla, cra, cle, cre, cli, cri, clo, cro, clu, cru). En el caso de que vaya seguida de las vocales –e, –i, se emplea la letra q: (ca, qe, qi, co, cu).
Su nombre es ze. Esta letra es protagonista de una de las cuestiones más controvertidas cuando hablan del andaluz desde una visión castellanista: el seseo –pronunciar la z como s– y el ceceo –pronunciar la s como z– soluciones fonéticas repartidas por distintos lugares de nuestra geografía.
D. Signo de escritura consonántico dental y sonoro. Su nombre es de. Sus variantes en andaluz difieren según se encuentre entre vocales, si está detrás de una vocal abierta, o nasal a final de sílaba.
La d final (que en algunas zonas de España convierten tanto en t como en z) el andaluz no la pronuncia. Por lo general, la d entre vocales al final de palabra no se pronuncia, por lo que no se escribe, (sordao, abogao, candao, etc.). Esto también ocurre cuando comienza la palabra con el prefijo <deh> (ehnúo > desnudo). También hay algunos casos en mitad de palabra que cae igualmente (méico > médico). Por el contrario, se conserva cuando va detrás de consonante, (endicar > indicar).
De todas las variantes de la lengua andaluza, este comportamiento de la d –el suprimirse entre vocales, al principio de palabra y en la última sílaba– es el más aceptado por la mayoría de los hablantes.
F. Representa un signo de escritura fricativo, labiodental y sordo. Su nombre es fe. En ciertos casos, principalmente al encontrarse entre vocales, es frecuente que se aspire. En algunas zonas de Andalucía a veces deriva en j, una j especial, suave y alargada conocida como h aspirada: juerza > fuerza, juera > fuera, etc.
G. Es una consonante gutural velar y sonora. Su nombre es ge.
Al contrario de otras lenguas, la g andaluza únicamente tiene un sonido. Por lo tanto, en andaluz se hace innecesaria la inclusión de una u para indicar la diferencia sonora entre g y j, ni la introducción de diéresis para diferenciar entre gue y ge (gerra > guerra y guero > güero).
H. En andaluz, la h se suele pronunciar como la j. La j andaluza, por supuesto. Esto es así cuando hablamos de la h sonora, pues cuando es muda no se escribiría (salvo algunas excepciones que detallamos más adelante). Como ya han puesto de manifiesto diferentes escritores, actualmente no existe un grafismo claro y adecuado para poderla expresar. Esta letra también se usa en andaluz para representar la –s implosiva, existiendo algunos autores (como Juan Ramón Jiménez o Blas Infante), que la utilizan para simbolizar las vocales abiertas de final de palabra, especialmente en los plurales donde podríamos encontrar una suave aspiración. (mohca > mosca y muñecah > muñecas). También, en algunos casos, puede servir para indicar una suave geminación. (ahtò, ahqí, pehla).
Desprestigiada por los expertos, dado que se hace en unas palabras y en otras no, la aspiración de la h es una de las características más antiguas de la lengua andaluza.
Y del porqué no se aspira la hache en todas las palabras, existe una razonable explicación: Generalmente, el andaluz aspira la efe inicial latina, así, podemos ver que dice jambre en vez de hambre al provenir esta palabra del latín famen, o dice jarto en vez de harto al provenir de fartus, o jazer en vez de hacer por venir de facere o juir en vez de huir al venir del latín fugire. Sin embargo, en otras palabras comenzadas por hache, como haber, del latín habere, hábito del latín habitus, helar del latín gelare, o hinchar del latín inflare, no se aspira la hache muda, por lo que, respetando la etimología, representaremos la hache si existe en el original latino, y no lo haremos si el original carece de ella.
La lengua vasca escasamente utiliza la letra efe, por lo que el castellano, influido determinantemente por esta lengua en sus inicios, convierte en hache las palabras latinas comenzadas por efe, cosa que no hace el andaluz, manteniendo su pronunciación, aunque derivando a una jota muy especial.
Por ello, en nuestro esquema ortográfico podemos seguir tres normas de manera general, aunque con algunas peculiaridades debidas al uso dado a la palabra por el pueblo andaluz durante generaciones:
Si la palabra proviene del latín o de la lengua romance andalusí y comienza con h, en andaluz se escribirá, igualmente, con h.
Si la palabra, provenga o no del latín, no comienza con h, en andaluz se escribirá sin h.
Si la palabra, proviene del latín y en el original, se inicia con f, en andaluz se escribirá con j.
J. A diferencia de la j en otras lenguas romances que suena fuerte –como si se dijera con enfado–, el andaluz –con la excepción, casi única, del norte de Jaén– aspira esta letra, convirtiéndola en un fonema suave y relajado. Llegando a relajarse tanto que, cuando va entre vocales, tiende a desaparecer. Lo mismo ocurre cuando se encuentra al final de una palabra. También sirve para representar la h aspirada en el inicio de palabra proveniente de la f inicial latina. Su nombre es je.
K. Representa un signo de escritura que nos viene incluido generalmente en palabras provenientes de xenismos. Su nombre es ka.
L. Representa un signo articulado que surge desde el lateral de la boca. Su nombre es ele. En ocasiones se transforma en una –r suave, tratándose más bien de una relajación, lo que en fonología significa que el sonido se produce con una acción muscular menor de la usual. Esto se traduce en palabras con unas características propias: maldito > mardito, falda > farda, tanto intervocálicas como al final de la palabra: el > er. Y, a su vez, no expresa únicamente el cambio de una letra por otra, sino que la r adquiere también un sonido diferenciado.
Igualmente, la –l se convierte en –r al comienzo de palabra cuando va precedida de una vocal. Asimismo, en el artículo el y en las contracciones al y del. Ejemplo: mardá > maldad, er coshe > el coche o der bentorriyo > del ventorrillo o l’abrebaero > el abrevadero. También se convierte en r al final de sílaba. Ejemplo: er gorpe > el golpe. Al final de una palabra aguda, la l desaparece. El ejemplo de Manué > Manuel, es bastante conocido. Aunque en algunas zonas del levante almeriense se produce el fenómeno contrario, la r se transforma en l. (mujer > mujel, poner > ponel).
M. Representa un signo de escritura nasal y labial. Su nombre es eme. La consonante m siempre se ha comportado con bastante similitud a la castellana. Únicamente en algunos casos llega a desaparecer, como el archiconocido ejemplo de omá por mamá, o el aún más conocido y denigrado omaíta por mamaíta.
N. Representa un signo de escritura nasal alveolar si va a principio de palabra o entre vocales y, en ocasiones, cuando se encuentra a final de sílaba, se adapta a la articulación de la consonante que le sigue. Su nombre es ene. Delante de –b o–p, la n cambia a m al constituir un sonido más cercano al expresado de forma oral.
NI o Ñ. El origen de la ñ en castellano es el dígrafo nn, que en sus inicios solía escribirse de forma abreviada mediante una sola n con una virgulilla encima, solución adoptada también por otras lenguas como el gallego o el vasco. El andaluz, usó durante mucho tiempo el dígrafo ni (que en la actualidad aún lo siguen utilizando algunas comunidades sefarditas), aunque posteriormente también se generalizó el uso de la ñ. Hay zonas de Andalucía, especialmente en los dialectos centrales, donde se produce la despalatización de la ñ en ni, sin embargo, la gran mayoría de hablantes y escritores andaluces usa decididamente la ñ. Por ello, y aunque fuera deseable volver a los orígenes tomando en consideración el representar la ñ como ni, actualmente, y al estar totalmente implantada en el andaluz, parece más prudente el uso de la letra ñ.
P. La consonante p –de articulación oclusiva, labial y sorda–, es semejante a la del resto de los dialectos latinos. Su nombre es pe. En ocasiones desaparece al comienzo de una palabra, significativo es el ejemplo de opá > papá. Igualmente desaparece, a veces, antes de una consonante, produciéndose geminación de dicha consonante.
Q. Representa un signo de escritura con articulación en la parte central del velo paladar y exigua vibración de las cuerdas vocales, cuando va seguido por las vocales e, i y por los diptongos ua, ue, ui, uo. Su nombre es qu. Como ejemplo, podemos citar: Qejío > lamento, eqinozio > equinoccio.
A oídos andaluces, esta letra simboliza mejor ante las vocales a, o, u, el fonema oclusivo, velar y sordo que el castellano representa unas veces como c y otras como k, por ello, muchas palabras andaluzas, como Qandil, toman otro sentido al adaptar la q.
R. Signo de escritura que aislado representa, unido a otra consonante en una sílaba, al final de sílaba y en situación intervocálica, un fonema consonántico vibrante simple. En cambio, asociado a otra –r se convierte en un fonema vibrante múltiple. Su nombre es ere o erre.
Aunque en los infinitivos la r final es muda y no se pronuncia, es necesaria su permanencia gráfica para señalar la existencia del infinitivo diferenciándolo del participio. Pero en el caso del infinitivo seguido de pronombre sí que hay una desaparición gráfica de la r. Ejemplo. bañaze, ìze.
En el caso de los nombres propios acabados en r, que también es muda, sí que se deja de representar la r en la escritura, y para señalar la pronunciación más abierta y/o alargada de la vocal, se emplea el acento abierto (`). Ejemplo: paladà > paladar, calò > calor.
Es una letra que “invade” el lugar de otras –como hace con la l– en el fenómeno conocido como “rotacismo” (Ejemplo: armanaqe, arcarde). Sin embargo, suele desaparecer cuando está delante de la j y, a veces, ante la g.
S. En los inicios de las lenguas romances, existían en la península Ibérica varios fonemas que, siendo fricativos y de articulación palatal, se notaba en su emisión una especie de silbido. Para evitar confusiones, en el castellano del centro y el norte se redujo a un fonema fricativo dental sordo /z/ y a un fonema fricativo apical sonoro /s/. En cambio, en el sur de la península, la lengua romance hizo sistemática la amalgama entre las sibilantes de articulación dental y apical, presentando actualmente modelos distintos de soluciones, con especial relevancia de la articulación predorsal y significando un signo de escritura diferente según la zona dialectal.
Su nombre es ese. El andaluz seseante la utiliza en profusión por lo que podría representarla gráficamente. No obstante, muda a h cuando se encuentra entre medio de la palabra.
Generalmente, al querer expresar el plural de una palabra, el andaluz abre la vocal final. Para trasladar esto a la escritura, y al no existir una normalización, se han utilizado diversas soluciones: Personificar ese plural mediante una h, significando en este caso una leve aspiración o, como han hecho algunos escritores, alargar la vocal simbolizándolo con una doble vocal, colocar el signo diacrítico macrón, (si se trata de representar el plural en una vocal abierta átona) o la tilde grave del acento inclinado hacia la izquierda (si se trata de representar el plural en la vocal abierta tónica). Después de estudiar diversas opciones, en este trabajo básico se ha optado, de forma generalizada, por señalar el plural mediante el signo diacrítico macrón (ā, ē, ī, ō, ū).
Manuel Alvar, en su ya citado libro Hacia los conceptos de lengua, dialecto y hablas, nos asegura:
“Para algunos tratadistas, el único rasgo que independiza el andaluz de las otras hablas meridionales es el poseer dos tipos de “eses” distintas de las castellanas”.
Y el lingüista William J. Entwistle profundiza:
“Las variedades de s constituyen un medio preciso para determinar los límites dentro de esta área de dialectos andaluces. Para el profano, tales dialectos parecen caracterizados por la reducción de las sibilantes s, ç, z, a un único sonido, que es normalmente seseo, pero a veces es ceceo. Las recientes investigaciones muestran que no existe tal reducción. La primera causa de la doble confusión fue un cambio en el valor asignado a s, que es cacuminal en Castilla, en todo el Norte, en Extremadura y en Murcia, mientras que en la frontera andaluza es coronal. (…) Como el seseo es más antiguo, se considera más correcto, y predomina en Sevilla, mientras que al ceceo se le califica de vulgarismo. Pero de hecho nos encontramos con que la mayor parte de Andalucía prefiere el ceceo, que se extiende por toda la línea costera desde Huelva, a través de Cádiz, Gibraltar y Málaga, hasta Almería, zonas circundantes de Sevilla, una gran parte de Granada e islotes en Guadix, Baza y cerca de Cartagena. Tal vez deba atribuirse a las peculiaridades moriscas locales de la pronunciación de arab. sîn”. (William J. Entwistle. Las lenguas de España. Madrid. Istmo. 1973. Págs. 262 y 263).
Manuel Alvar, miembro que fue de la Real Academia de la Lengua y Catedrático de la Universidad de Madrid, con una bibliografía publicada que abarca más de cincuenta títulos sobre lingüística y dialectología, remata.
“Las hablas meridionales de España presentan un estado de cosas que va desde la aspiración de la -s hasta su total pérdida; no es raro, incluso, que ambos grados se den en la misma localidad con variaciones relativas a la edad o al sexo. Alther señaló distintos grados de aspiración en las regiones de Sierra Morena y del oeste de Andalucía, que fueron objeto de su estudio. (…) Conviene anotar que en Sevilla y Málaga, en el siglo II, y en Sevilla, en el siglo VII, se documentaba una pérdida de -s de carácter vulgar, y que hoy en esas mismas provincias se practica idéntica pérdida”. (Manuel Alvar López. Teoría lingüística de las regiones. Barcelona. Planeta / Universidad. 1975. Págs. 67- 71).
T. Representa un signo de escritura oclusivo, dental y sordo. Su nombre es te. Al adaptar un préstamo lingüístico, el andaluz suele transformar muchas veces la –t en –r. Así ocurre con el ya mencionado ejemplo de convertir la palabra inglesa football, que a oídos castellanos suena futbol, en el andaluz furbo. Al igual que la d, no se suele pronunciar al final de una palabra.
Y. Representa un signo de escritura palatal y sonoro. Su nombre es ye. Corresponde a la ll y la y castellana (excepto cuando se trata de la y copulativa) y a la j del catalán y del francés. La articulación de la y (comúnmente llamada yeísmo) constituye una de las características más destacadas a la hora de analizar la lengua andaluza. La tendencia es manifiesta y aumenta sin decrecer a pesar de los intentos del sistema, por lo que no es propio de la lengua andaluza utilizar las dos eles. Así pues, su pronunciación resulta correcta en Sebiya, cayarse, yober, etc.
Rafael Lapesa, en su Historia de la lengua española, nos dice:
“El yeísmo, atestiguado en Toledo, Andalucía y América en el siglo XVI, con antecedentes peninsulares más remotos, era considerado en el XVIII como rasgo característico andaluz. En la actualidad el uso general en casi toda Andalucía y la mayor parte de Extremadura, así como el habla popular de Ciudad Real, Toledo (no toda la provincia), Madrid y sur de Ávila, reducen la l a y, diciendo caye, yorar, gayina, aqeyo”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Págs. 500, 501).
Y Álvaro Galmés de Fuentes asegura:
“En relación con el problema anterior, conviene aquí discutir la posibilidad de un yeísmo temprano entre los mozárabes. Como es sabido, Menéndez Pidal, en apoyo de la palatización de la l- inicial del dialecto mozárabe, aduce voces como al–Yussana, al-Yussena ‘Lucena o Llucena’, yuka < (a) lucu ‘lechuza’, yengua < lingua. Estas voces, como representantes de una evolución l- son rechazadas por Corominas, al considerar que ‘achacar yeísmo al mozárabe sería por lo menos un anacronismo’. Sin embargo, ya en otra ocasión, he pretendido demostrar que el yeísmo no es un fenómeno tan moderno como se venía pensando, y Rafael Lapesa ha señalado ejemplos esporádicos de confusión de l y y en textos medievales de Juan Ruiz, del Alexandre, del Victorial de Díaz de Games, etc.”. (Álvaro Galmés de Fuentes. Dialectología mozárabe. Madrid. Gredos. 1983. Pág. 85).
Como contraposición a esa costumbre oficial de hacer provenir todo lo andaluz de una malformación del castellano, permítannos referirnos a dos teorías incluidas por el catedrático de Fonología, José María de Mena Calvo, en su ya citado libro El polémico dialecto andaluz.
En la primera asegura que la evolución del latín al castellano no se hace de la misma manera entre las clases cultas (eclesiásticos) y las populares. Al iniciar el rey Fernando III la conquista de Andalucía no existía unidad fonética en el castellano (faltaban más de doscientos años para la publicación de la gramática de Nebrija), y el pueblo invadido se encuentran desorientado ante esa dualidad fonética, por un lado el sermón desde el púlpito, por otro el habla vulgar de las clases iletradas, solución: toma por la calle de en medio y palatiza la ll “quizás siguiendo una tendencia mozárabe o judía, a las que ya tenía acostumbrado el oído”. Aquí podemos encontrar parte de “malformación castellana”, al provenir de una imposición efectuada por los invasores, pero la segunda explicación es un poco más complicada, basándose, según don José María, en aspectos anatomofisiológicos.
“Dado que en el andaluz las articulaciones son en general más adelantadas que en el castellano (según observó Tomás Navarro Tomás), resultaría que los bordes de la lengua que en la ll castellana se acercan a la cara interna de las mejillas, en la y andaluza se aproximan hacia delante y obtienen el sonido junto a los últimos molares. (Lo damos como teoría, pues no hemos dispuesto de un laboratorio capaz para realizar un mecanismo simulador. Sin embargo, la observación de los órganos, por radioscopia barnizándolos con un contraste opaco, nos da una casi total certeza).
Es decir que el adelantamiento de la lengua en este caso, hace que aunque la /ll/ sea alveolar, y la /y/ palatal, como lo que contaría sería la posición de la punta de la lengua, y en la /y/ la punta de la lengua es mucho más adelantada, el resultado es el cambio de consonante”. (José María de Mena Calvo. El polémico dialecto andaluz. Barcelona. Plaza & Janes. 1986. Pág. 119).
Z. Representa un signo de escritura fricativo, interdental y sordo, que puede sufrir distintas matizaciones en su pronunciación según el territorio, pasando desde la /z/ propiamente dicha hasta la /s/. Por ello, y en ocasiones, podemos hablar de una /z/ predorsal o coronal. Al estar influenciada, tanto por el ceceo como por el seseo, la /z/ sufre las mismas vicisitudes que esta letra, llegando a desaparecer a final de palabra.
Mayúsculas y minúsculas
Al igual que en el resto de las lenguas romances, las letras de la lengua andaluza se pueden escribir tanto en mayúsculas como en minúsculas. Distinción que no existió durante la etapa en que Andalucía adoptó el alifato o alfabeto árabe como forma principal de escritura. Se diferencian unas de otras principalmente en el tamaño y, a veces, en el diseño.
El uso de mayúsculas y minúsculas es una disposición estrictamente gráfica, sin ninguna diferenciación a la hora de pronunciar la letra o la palabra.
Se debe escribir en mayúsculas la letra inicial de los nombres propios, los apellidos y los apodos. También al comienzo de un texto, después de punto y seguido o punto y aparte, y tras los signos de admiración e interrogación.
Palabra
Es el enunciado de una idea por medio de sonidos emitidos desde nuestra garganta.
Diferenciación de las palabras
Por género: masculino (todo lo que se refiere al hombre y a lo que se asimila a ellos), femenino (lo relacionado con la mujer y similar) neutro (pronombres demostrativos terminados en o –esto, eso, aquello– y adjetivos sustantivos a los que se puede aplicar la palabra “lo”) y común (aquellos nombres que se escriben igual para el masculino y para el femenino, como: joben, jué, edí, etc.).
Por número: singular, si se refiere a un solo ser o cosa y plural, si se refiere a varios seres o cosas.
Orden gramatical
Se llama así a la suma de palabras con sentido por sí mismas y que expresan un pensamiento terminado y entendible.
El orden gramatical tiene varios segmentos que agrupan a todas las palabras de la lengua andaluza: artículo, nombre, pronombre, adjetivo, verbo, adverbio, preposición, conjunción e interjección.
Igualmente tiene tres componentes: sujeto: sustantivo al que se atribuye la realización de la acción o el estado enunciado por el verbo, verbo: componente del orden gramatical que se conjuga y expresa acción o estado y predicado: todas las palabras que no forman parte del sujeto ni del verbo.
Artículo: Acompaña al nombre, indicando su género y su número.
Puede ser determinado (el, la, lo, los, las) e indeterminado (un, una, unos, unas).
Sustantivo o nombre: Son aquellas palabras cuyo significado determina la realidad, pudiendo variar en género y número y constituyendo el sujeto de un orden gramatical.
Existen varias clases: común (calle) o propio (Juan) / simple (labio) o compuesto (pintalabios) / concreto (comercio) o abstracto (ambición) / primitivo (tinta) o derivado (tintero).
Pronombre: Se aplica a todo aquello que no tiene existencia propia, por lo que normalmente sustituye al nombre, evitando su repetición.
Puede simbolizar a la persona: personal; indicar proximidad o lejanía: demostrativo; mostrar pertenencia: posesivo; referirse a algo citado con anterioridad: relativo; usarse para preguntar: interrogativo o designar de una manera imprecisa: indefinido.
Adjetivo: Parte del orden gramatical que distingue o califica al nombre.
Adjetivo distinguidor es el que concreta el significado del nombre (este coche, tres coches, mi coche, ciertos coches) y adjetivo calificador es el que indica alguna cualidad del nombre (coche azul, coche veloz).
Verbo: Palabra que muestra las acciones y estados de los seres, las cosas y los sucesos. El verbo es susceptible de cambios (conjugación) pudiendo expresar distintas circunstancias de la idea base: tiempo, número, persona y modo.
El verbo puede derivar a sustantivo (nominalizar): viajar > viaje.
Tiene tres modos: indicativo, subjuntivo e imperativo.
Y puede presentarse como simple o compuesto.
Adverbio: Parte invariable del orden gramatical que puede modificar, calificar o determinar a un verbo, a un adjetivo o a otro adverbio.
Puede ser simple o compuesto y de diferentes clases: lugar, tiempo, modo, cuantía, distribución, duda, afirmación y negación.
Preposición: Parte invariable del orden gramatical que enlaza dos palabras y sirve para relacionarlas entre ellas.
Puede ser propia o impropia.
Conjunción: Parte invariable del orden gramatical que se utiliza para unir palabras y oraciones, indicando la relación que existe entre ellas.
La conjunción más común y utilizada es la /i/, que, además de lo expuesto, puede enlazar elementos de una misma oración, usarse en sentido consecutivo o concesivo, o, también, colocarse al comienzo de una expresión, de forma que, aparentemente no enlaza con nada.
Si la palabra que sigue a la conjunción comienza igualmente por /i/, esta se sustituye por la /e/, igualmente, si las oraciones unidas son negativas, se emplea ni como conjunción copulativa.
Cuando un grupo de palabras equivale a una conjunción, se llama locución conjuntiva.
Interjección: Parte invariable del orden gramatical que expresa un estado de ánimo: impresión, dolor, sorpresa, aviso, orden…
Se escribe entre los signos ¡…!
Sintaxis
Se llama sintaxis a la forma en que se ordenan y relacionan las palabras que forman un orden gramatical.
La sintaxis del andaluz es una de sus peculiaridades más visibles y aclaratorias a la hora de diferenciarlo de las lenguas habladas en la península Ibérica. Está claramente definida, distinguiéndose notablemente de las demás lenguas romances. Su riqueza expresiva, su sonoridad y sus giros lingüísticos le distancian notablemente de otras formas de expresión. Constituyendo la ordenación y el enlace de unas palabras con otras, una de las señas diferenciadoras más destacadas de la lengua andaluza.
Formación del plural
En la lengua andaluza la formación del plural constituye una de sus peculiaridades más notorias. Ya sea oralmente o de forma escrita, el plural se construye mediante la apertura o alargamiento de la vocal final.
Para indicar el plural en la escritura, el andaluz utiliza un signo ortográfico diacrítico denominado macrón (ā, ē, ī, ō, ū), usado también por diferentes lenguas para mostrar las especiales características de una palabra. Este signo proviene del griego μακρόν (macrón), nominativo neutro de μακρός (macrò, “largo”) y tiene forma de raya horizontal que, situada encima de la vocal final, nos indica la forma de pronunciar esa vocal. Al derivar el andaluz de la lengua latina y ser usado profusamente por ésta, consideramos de toda lógica su utilización en la lengua andaluza. Así mismo, si se trata de reflejar una palabra final o aguda, utilizada en plural, se aplica el acento abierto (`).
Por lo tanto, y recapitulando, el singular se representa con vocal cerrada (arbo) y el plural con vocal abierta o alargada (árbolē).
Acento y tilde
Cada palabra tiene una sílaba en la que se emplea una mayor potencia de nuestra voz al pronunciarla: palabra, sílaba, potencia, pronunciarla. A esto se le llama acento. Podemos así decir que las palabras, según su acento, pueden ser:
Finales (Agudas). Cuando la mayor potencia de la voz se aplica a la última sílaba: camión, deber, corazón…
Llanas. Cuando la mayor potencia de la voz se aplica a la penúltima sílaba: libro, camino, mundo…
Iniciales (Esdrújulas). Cuando la mayor potencia de la voz se aplica a la antepenúltima sílaba o a otra anterior: cántaro, práctico, cómodo…
A veces, la mayor potencia de la voz se indica con un acento representado de forma gráfica encima de la vocal contenida en la sílaba. A esta representación se le llama tilde diacrítica y la palabra que la contiene se denomina tónica. Se hace de manera distinta según las diferentes clases de palabras.
Las conceptuadas como finales se acentúan siempre: corazón, qandíl, reló, condizión, argà, rozà, nazión… Excepto el infinitivo de los verbos, ya que se conceptúa a todos como palabras finales.
Las llanas no se acentúan nunca: (carze, caye, enjambre, cameyo…) Salvo las que terminan en diptongo ai, ie, io, ua, ue, uo (hihtória, incórdio, ténue…) y las que puedan formar diptongo y sea necesario acentuarlas para deshacerlo (zebaúra, ehcupiéra, sarbaóra).
Las iniciales se acentúan siempre: médano, cántaro, ehpárrago. siniéhtramente, míhmamente.
La tilde cerrada o aguda. Se utiliza generalmente para acentuar toda clase de palabras. Se representa con el signo (´ ).
La tilde abierta o grave. Se utiliza en las palabras en las que cae la última consonante y no se refleja gráficamente. Entonces se produce un cierto grado de abertura de la vocal final que se representa con una tilde inclinada hacia la izquierda ( ` ): azebushà, correò, arcauzì.
Igualmente se utiliza cuando en la última vocal coincide un acento agudo por ser palabra final y a la vez queremos indicar que la palabra es plural o se pronuncia abierta: bocanà, carià, densià.
Excepciones:
Las palabras compuestas por una sola sílaba no se acentúan, excepto las siguientes cuando se quiera enfatizar, destacar, interrogar o mostrar admiración: Qe, cuar, qien, cuyo, cuando, onde, como y cuanto.
De. Se acentúa cuando actúa como verbo: yo lo jago pa qe te lo dé, y no se acentúa cuando actúa como preposición: ba camino de Fuengirola.
Mas. Se acentúa con tilde abierta cuando actúa como adverbio: dame mà cantiá, y no se acentúa cuando actúa como conjunción.
Mi, tu, el. Solo se acentúan cuando actúan como pronombres: Tú i è no m’azeì farta pa na.
Se. Se acentúa cuando es un verbo: (yo sé qe te tiè qe dir).
División de la palabra al final de renglón
Si al final de un renglón, y por falta de espacio, es necesario dividir una palabra poniendo una parte de ella en el renglón siguiente, deberá señalarse mediante el uso de un signo ortográfico llamado guión ( – ).
Como pauta general se deberán respetar las siguientes normas: No romper ninguna sílaba y no separar una vocal inicial ni final, aunque sí se pueden separar los dígrafos.
Señal de interrogación y admiración
La señal de interrogación se representa mediante los signos ¿ y ? colocados al principio y al final de la frase. Igualmente, la señal de admiración se representa mediante los signos ¡ y ! situados también al principio y al final de la frase.
Las sonoras interiores
En el andaluz, la forma de tratar los fonemas sonoros cuando se encuentran dentro de una palabra sigue un proceso diferente al de otras lenguas de la península Ibérica. Muy ilustrativo es el párrafo con el que Rafael Lapesa trata el tema en su libro Historia de la lengua española:
“En el Mediodía de España la relajación de las sonoras interiores es más radical que en el Norte y Centro. La d se elide ordinariamente entre vocales (vestío, quear, deo, rabúo, naíta); ante /r/ desaparece (pare, mare) o se vocaliza (ladrón > lairón, padre > paere, paire, corrientes en Andalucía y Murcia). Más consistentes se muestran la /g/ y la /b/, aunque abundan en andaluz, mijita ‘migajita’, pujar ‘pegujal’, y en murciano collo ‘cogollo’, juar ‘jugar’, caeza ‘cabeza’. Entre vocales también se suprime la /r/ con mayor frecuencia que en otras regiones (and. mataon, pusieon, murc. agoa ‘agora’); y en andaluz la /n/ se suele reducir a mera nasalización o desaparecer por completo (viene > bje > vié, Maoliyo ‘Manolillo’); igual ocurre con la /n/ final de sílaba (mal ángel > malahe o maláhe; virgen > bíhhe o bihe). No se han precisado aún los límites de estos fenómenos; parece, sin embargo, que no alcanzan al habla de Castilla la Nueva, al menos con la misma intensidad, ni a la de Albacete y su provincia”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Págs. 505 y 506).
Apóstrofo
Se denomina apóstrofo al signo ortográfico en forma de coma alta (´) que nos señala la elisión de una vocal.
El andaluz, al igual que otras lenguas como el francés, italiano o inglés, suele elidir las vocales de principio y final de palabra, lo que da gran ritmo y viveza a su lenguaje oral. Para representar en la escritura este fenómeno morfonológico se hace necesario acudir al apóstrofo.
En el castellano o español únicamente se suele utilizar para señalar un arcaísmo y es algo muy raro en la escritura formal de uso corriente. A veces, y con fines muy claros y determinantes, suele aparecer en textos literarios cuando el autor desea reproducir el habla de personajes con bajo nivel sociocultural… o naturales de Andalucía. En otras lenguas, por el contrario, el apóstrofo forma parte de la grafía normalizada usándose con profusión. En el inglés informal I’m es la contracción de I am. El francés e italiano, igualmente, lo usan como algo común en su escritura. Asimismo, cuando se representan los signos árabes o hebreos mediante letras latinas, se hace necesario utilizar el apóstrofo para señalar la existencia de una oclusiva glotal. Como ejemplo, podemos citar el de Qur’an, nombre árabe, con grafía latina, del Corán.
Como norma general, si dos palabras seguidas terminan y empiezan con la misma vocal, utiliza el apóstrofo. Ejemplo: la arboleda > l’arbolea. Aunque, otras veces, el apóstrofo desaparece llegándose a la contracción.
El apóstrofo se emplea a la derecha de la palabra precedente cuando a continuación se encuentra un sustantivo, adjetivo, verbo o adverbio que empieza por vocal, y a la izquierda en el caso del artículo masculino er, en colisión con por y to. Igualmente se utiliza:
– Con la preposición de: libro d’ehtudio, cante d’afizionado, pero d’aqí.
– Con el determinante er, que pierde la vocal detrás de la preposición por y del cuantificador to: tirao po’r bajo, to’r mundo.
– Con el determinante femenino singular la y con el neutro lo, cuando la palabra siguiente empieza por la misma vocal: l’aderfa, l’albarán o l’ohcuro, l’ordenao.
– Para lo que pudiera denominarse “plural anticipativo”, que es el mantenimiento de la s en el plural del determinante, cuando queda entre vocales: lō s’ojō, lā s’entrañā.
– Con los pronombres personales átonos: me, te (objeto directo o indirecto), se (pronombre reflexivo), le (objeto indirecto), lo y la (objeto directo).
– En el pronombre uhté, y en ocasiones determinadas, la u cambia a apóstrofo: berá‘hté, diga‘hté.
La geminación
En lingüística, se llama geminación a la repetición inmediata de una consonante, tanto en la pronunciación como en la escritura. El andaluz, a veces, opta por esta solución lingüística. A este respecto, Rafael Jiménez Fernández, en su libro El andaluz, nos dice:
“Ante consonante oclusivas sordas ‘p-k-t’, existe geminación o reduplicación consonántica como consecuencia de la asimilación de la aspirada a la consonante sorda siguiente: caspa [káppa] y realizaciones intermedias donde normalmente se mantiene una aspiración muy suave: [káhppa], pesca [péhkka]. (…) En contraste con esa tendencia a la relajación articulatoria vista más arriba, llama la atención la existencia de consonantes dobles (consonantes geminadas o geminación), como resultado de la aspiración de la [s] implosiva y su posterior asimilación a la consonante sorda siguiente: caspa > cahpa > cappa, pisto > pihto > pitto, pesca > pehca > pekka. Como se aprecia en los ejemplos, la geminación convierte dos fonemas consonánticos distintos –implosivo y explosivo– en dos sonidos idénticos y muy tensos. Por si pudiera haber alguna confusión, nada tiene que ver la ‘geminación fonético-fonológica’ con la ‘geminación gráfica’ que se da a veces en la escritura cuando escribimos -ll- o -ch-. Con estas grafías dobles transcribimos ortográficamente sonidos simples”. (Rafael Jiménez Fernández. El andaluz. Madrid. Arco/Libros. 1999. Pág. 36).
En andaluz existen varias letras que se geminan formando dígrafos, los más usuales son.
mm. Representa la geminación de la m resultante de los grupos que etimológicamente aparecen como dm, hm, nm, sm, etc. Ejemplo: cadmio > cámmio, ohmio > ommio, conmutador > commutaó, fascismo > facimmo.
nn. Representa la geminación de la n. Corresponde a los grupos mn, pn, rn y zn. Ejemplo: himno > hinno, hipnosis > innosi carne > canne, lezna, lenna.
ss. Representa la geminación de la letra x y, también, de los grupos grecolatinos bsy ps. Ejemplo: absoluto > assoluto, examen > essame, sexo > sesso, clepsidra > clessidra.
Asimilación de vocales
Una característica de las lenguas vivas y en progresión es la asimilación, o sea, la transformación de un sonido haciéndolo parecer otro contiguo mediante la sustitución de caracteres propios por algunos de este. El andaluz utiliza en profusión la asimilación total de una vocal a otra, formando una nueva sílaba: adelante > alante, adonde > aonde > ande.
Contracción
La contracción afecta ya a la estructura de la palabra al unirse dos vocablos, el segundo de los cuales suele empezar por una vocal, aunque no es imprescindible. Se funden las palabras sin utilizar el apóstrofo, sino formando una nueva: para adelante > palante, para detrás > patrás.
Las contracciones más generalizadas son:
Preposición de + artículo determinado er: der
Preposición de + artículo indefinido uno, una, unō, unā: dun, duna, dunō, dunā
Preposición a + artículo determinado er: ar
Preposición pa + artículo determinado er: par
Er biento s’a cargao toā lā parmerā der paseo
Benían dunō pueblō mu shicō
Ar Manué l’ha tocao er gordo
Nō juimō par rehtorante a comer gazpasho
Disimilación
Igualmente, la disimilación, la transformación de un sonido por influencia de otro cercano y semejante, se nos presenta como otra característica del andaluz. La más notoria es la sustitución de hue o bue por gue: huevo > guevo, bueno > gueno, huérfano > guérfano.
Metatizar
Llamamos metatizar a pronunciar o escribir una palabra cambiando de lugar uno o más de sus sonidos o letras. En relación con el castellano, el andaluz hace metátesis en muchas palabras, ampliamente conocidos son los ejemplos de naide por nadie y probe por pobre.
Epéntesis
La epéntesis es una figura de dicción que consiste en añadir algún sonido dentro de un vocablo. En el andaluz existen diferentes epéntesis, entre las más usuales se encuentra la de incorporar una n entre la vocal inicial y la r que le sigue. Por ejemplo: inrrazioná > irracional, inrregulá > irregular o inrritazión > irritación.
La utilización de la sh
Un caso destacable en la lengua andaluza es la relajación total de la /c/, llegando a derivar en ciertos casos en /s/. Distintas zonas reclaman su paternidad, sucede aquí como con las palabras andaluzas, cada pueblo las reivindica como propias y exclusivas para su territorio. Pero nada más lejos de la realidad, hace ya muchos años Lapesa escribió:
“Peculiarmente andaluza es la relajación de la c, que llega a despojarse de su oclusión inicial y convertirse en s fricativa (nose, musaso, por noche, muchacho), fenómeno muy extendido por Cádiz, Sur de Sevilla, Occidente de Málaga, vega y ciudad de Granada y costa almeriense. Gracias a este cambio, al yeísmo y al frecuente rehilamiento de la y en z, el andaluz más avanzado llega a simplificar el heterogéneo trío de fonemas palatales castellanos, c, l, y, reduciéndolo a la pareja, perfectamente homogénea, de s sorda (< c) y z sonora (< l y y)”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Págs. 509 y 510).
Como paradigma podemos citar la conversión de la ch en sh. El andaluz fricatiza la ch, convirtiéndola en sh, (musho, mushasha, shiqiyo, etc.).
Esto es debido a que la lengua andaluza articula la c latina retrasándola, por lo que, por ejemplo, convierte la palabra cícer (garbanzo) en chícharo, designando con ella, en unos sitios a las judías (despreciando la alubia árabe) y en otros a los garbanzos castellanos o los guisantes mozárabes. El “shísharo” andaluz es todo un ejemplo de constancia y personalidad resumido en una sola palabra.
Locuciones
La lengua andaluza utiliza las locuciones con profusión. Con una facilidad asombrosa forma rápidamente una combinación de vocablos que actúan conjuntamente, haciendo, a veces, el efecto de una única palabra o evitando, en otras ocasiones, una explicación extensa y prolongada. Para comprender el andaluz se hace necesario estudiar el significado de las locuciones en nuestra lengua.
Muchas veces nos muestra la experiencia vivida por el campesino o jornalero relacionándolo con sus vínculos personales, la tierra o su trabajo. No es baladí que la expresión buena o mala sombra esté relacionada con la importancia que ésta tiene en Andalucía. En invierno, con el viento azotando, puede ser mala y cuando llega el calor, puede ser muy buena. La locución tener buena o mala sombra está asociada a la protección o desamparo que nos da.
Otras veces se trata de la adaptación a nuestra forma particular de expresarnos de un término venido de afuera. El con eso y con todo castellano, gira en redondo y se convierte aquí en con to i con eso, existiendo, además, una variante más genuinamente andaluza: asín i to.
Basten estos dos ejemplos como muestra de una variedad rica y diversa que diferentes autores se encargaron de recopilar para la posteridad. Recordemos aquí a Fernán Caballero, que en su libro Genio e ingenio del pueblo andaluz nos deja un repertorio de distintas locuciones como “Mucho papel y poco tabaco”, “Quien no tiene calentura no necesita médico”, “Obra hecha, no espera”, “Oficio no mancha linaje” o “Come más que el río”.
Una lengua diferenciada
Estas son algunas de las características que nos permiten diferenciar el andaluz de otras lenguas romances.
Características que se han desarrollado durante siglos y que configuran la forma de expresarse que tiene el pueblo andaluz. Por ello, permítanos terminar, igual que empezamos, citando nuevamente al prestigioso filólogo Rafael Lapesa:
“Respecto a los demás rasgos fonéticos o fonológicos que, en su conjunto, caracterizan al andaluz, todos o casi todos los que pueden reflejarse en la escritura figuran documentados en los siglos XV al XVI, según hemos visto. En el XVIII estaban ya consolidados”. (Rafael Lapesa Melgar. Historia de la lengua española. Madrid. Gredos. 1980. Pág. 510).
Destaquemos: “Los que pueden reflejarse en la escritura figuran documentados en los siglos XV al XVI”. Y concluyamos: No se trata de crear un idioma, se trata de evitar la desaparición de una forma de comunicarse que tiene cientos de años.
Y cuya influencia ha llegado hasta nuestros días.